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sábado, 17 de marzo de 2018

Mi palacio encantado

En verdad, estaba en un lindo palacio encantado, donde parecía sentirse el sol en el ambiente.

- ¡Oh, qué luz, qué incendios! - 

Sentí como se me llenaban los pulmones de aire de campo y de mar, y las venas de fuego; sentí esparcimientos de armonía, y cómo el alma se me ensanchaba, y cómo se ponía más elástica y tersa mi delicada piel de mujer. 

Con el caminar de mis pasos, oí sueños reales y músicas embriagantes en vastas galerías deslumbradoras, llenas de claridades y de aromas, de sederías y de mármoles, vi un torbellino de parejas arrebatadas por las ondas invisibles y dominantes de un vals. 

Vi otras que como yo, llegaban pálidas y entristecidas, pero respiraban aquel aire y luego se arrojaban en brazos de jóvenes vigorosos y esbeltos cuyos bozos de oro y finos cabellos brillaban a la luz; y danzaban con ellos, en una ardiente estrechez, oyendo requiebros misteriosos que iban al alma, respirando de tanto en tanto como hálitos impregnados de vainilla, de haba de Tonka, de violeta, de canela, hasta que con fiebre, jadeantes, rendidas, como palomas fatigadas de un largo vuelo, caían sobre cojines de seda soñando, soñando en cosas embriagadoras... 

De repente, estaba yo también en vuelta en este vals, en este remolino, en este maelstrom atrayente junto a mi hermoso compañero, con sus grandes ojos de mirada primaveral y de color miel canela atrayente y cautivador. 

Baile y grité entre los espasmos de un placer agitado mientras mi hermoso amado me llevaba por las vastas galerías, ciñendo mi talle y hablándome al oído en la lengua amorosa y rítmica de los vocablos apacibles del fin del mundo, de las frases irisadas y embriagantes, de los períodos cristalinos y orientales, hasta derrumbarme finalmente en sus brazos, agotada, con mis senos palpitantes y garganta sonrosada, cayendo en un profundo sueño donde continuó danzando en su embriagada mirada de amor sublime y placentero.